ETAPAS PARA LA ELABORACIÓN DE LA RESEÑA
Una vez respondidas todas las preguntas previas a la elaboración
de la reseña, comienza la redacción:
-
Encabezamiento:
Constituido por la ficha bibliográfica de la obra
reseñada: Nombre del Autor. (año). Título
de la obra. Ciudad: Casa editorial.
- Presentación de la obra:
En esta parte se informa qué clase de obra es,
en qué partes está dividida, cuáles han sido las formas de elaboración (tiempo,
narrador, lenguaje…), a qué época o periodo literario pertenece. Generalmente
se encabeza con los datos de presentación del autor del texto reseñado.
- Resumen de las partes esenciales del texto:
Contenido de los distintos capítulos o diferentes partes del escrito, temas y subtemas que se identifican.
Contenido de los distintos capítulos o diferentes partes del escrito, temas y subtemas que se identifican.
-
Valoración del texto reseñado, atendiendo a su contenido y a la
forma como está expresado.
En esta parte se debe resaltar el valor de la obra y sus aportes a la literatura o a la época literaria a la que pertenece el autor.
En esta parte se debe resaltar el valor de la obra y sus aportes a la literatura o a la época literaria a la que pertenece el autor.
- ü Recuerde citar fragmentos de la obra para apoyar sus afirmaciones.
- ü La estructura de la reseña es: Introducción – Desarrollo – Conclusión. Por lo tanto, usted debe conservar esta misma forma al elaborar su reseña.
- ü Lea atentamente las siguientes reseñas e identifique en ellas todos los elementos que contiene para que elabore la suya.
- ü Tenga en cuenta todas las respuestas que dio en el ejercicio previo.
Dos ejemplos:
Ejemplo 1
Ejemplo 1
Vargas Llosa, Mario.
(2000). La Fiesta del Chivo. Madrid: Alfaguara.
Vargas
Llosa narrando los últimos días del
dictador Rafael Leonidas Trujillo nos da una visión general de su dictadura.
Esta vista a través de tres perspectivas diferentes. La primera de estas nos la
da una mujer que arrastra un terrible dolor, Urania Cabral, hija de Agustín
“Cerebrito” Cabral, presidente del senado durante la dictadura, colaborador y
cortesano del dictador. A través de ella conocemos un grupo de personas, del
que su padre es el prototipo, muy importante en la dictadura, los burócratas
civiles. Este grupo descrito como:
“preparados, cabezas del país,... sensibles, cultos” (p.75), eran escogidos y utilizados por el
dictador para diversos fines, tales como
administrar sus bienes (p. 151) o legitimar las necesidades del régimen
(p.150). Ellos tenían una lealtad y una
devoción por Trujillo que llegaban a extremos absurdos. Competían y conspiraban entre sí (p.232) para
estar mas cerca de él. Lo veían como el amo de sus vidas, un rey divino que les
hacía un gran favor al permitirles estar a su lado. Por él eran capaces de
cualquier sacrificio incluso ofrecerle lo más querido como ofrenda, sus esposas
(p.74). El ejemplo más extremo lo ofrece la misma Urania que nos narra a través de la obra cómo
su padre caído en desgracia ante los ojos del dictador, no vacila en ofrecer a
su hija a cambio de volver a estar en los círculos íntimos de este. Es como un
Abraham bíblico que ofrece lo más valioso: su única hija en sacrificio a su
Dios. De esta forma Vargas Llosa hace
patente una idea; la divinización de Trujillo. A este, desde los sectores más
cercanos al régimen hasta los sectores
pobres lo perciben como un padre, un ser divino, un mesías mandado por Dios, un
elegido. La idea Dios y Trujillo (p.293) está presente en toda la obra. Otro detalle
importante de los burócratas civiles es la habilidad que tuvieron muchos de
ellos para sobrevivir al tirano y adaptarse al nuevo sistema democrático (p.
72).
La
segunda perspectiva nos la ofrecen los conspiradores que desesperados esperan a que pase el dictador
para darle muerte. Estos hombres,
Antonio de la Masa, Antonio “Tony” Imbert, Amado “Amadito” García Guerrero,
Salvador “el Turco” Estrella Sadhalá, Pedro “Negro” Livio Cedeño, Huascar
Tejada Pimentel y Roberto Pastoriza Neret tenían varias cosas en común. Eran
hombres de acción, pertenecían o estaban vinculados de alguna forma al
ejército. Por supuesto eran trujillistas
o mejor dicho eran miembros de la dictadura (este dato es importante, porque un
grupo que no estuviera vinculado a la dictadura se le hubiera hecho mucho más
difícil lograr un atentado con éxito contra Trujillo). Y lo más importante es
que por alguna desgracia personal estaban profundamente decepcionados y resentidos
contra el dictador. Tomemos por ejemplo el caso de de la Maza. El hermano de
este Tavito, piloto y trujillista acérrimo, participó en el escándalo de Jesús
Galíndez, crítico de la dictadura que fue secuestrado en Nueva York y asesinado
en Santo Domingo (p.111). Ante el ruego y la advertencia de Antonio para que
pida asilo, Tavito le responde: “Aquí no pasará nada. Aquí el jefe
manda....¿Por qué no confiar en el jefe?” (p.114). Debido a la presión internacional el régimen
asesina a Tavito y a demás testigos (p.115). Este suceso aparte de darnos la
razón por las que de la Maza odia a Trujillo también nos enseña dos aspectos de
la dictadura. El primero y como mencionábamos antes, es la total devoción de
los miembros del régimen al dictador. El
segundo es la capacidad del dictador para eliminar a sus colaboradores más
fieles cuando su seguridad está en juego.
Así como de la Maza, el resto del grupo están convencidos de que la
única forma de lograr un cambio es matando al dictador.
La tercera perspectiva y para mí es la
más fascinante es la que nos da el propio
Trujillo de su gobierno y de él mismo. Vargas Llosa entra en la psiquis
de Trujillo y trata de “desatanizarlo” y humanizarlo un poco, a la misma vez
que intenta entender su dictadura. Así nos presenta a un Trujillo orgulloso de
su físico y de ser un “marine” (p.24), obsesionado por la limpieza y la
imagen (p.38 y79), hijo fiel y atento (p.366), decepcionado por el rechazo de
EU a él, que le había sido tan fiel (p.25), furioso con su ingrato país que no
agradecía el haberlo llevado al progreso durante 30 años (p.35), pero
convencido que todo lo que hace es por el bien de este (p.227). También lo
vemos decepcionado con su familia (p. 231), en especial con sus hijos (p.33). Agobiado por las presiones de los EU y la OEA
(p.25), la iglesia católica que después de tantos años de amistad se le va en
contra (p.33) y las conspiraciones del grupo 14 de Junio (p.89), pero nunca
dispuesto a rendirse (p.96). Despreciando a otros dictadores que huyeron como
Batista, Rojas Pinillas y Pérez Jiménez (p.96) y a los líderes demócratas del
caribe que atentan contra él: “ ni Betancourt, la rata del palacio de Mira
Flores, ni Muñoz Marín, el narcómano de
Puerto Rico, ni el pistolero costarricense de Figueres lo inquietaban” (p.34).
Otros aspectos más siniestros, su racismo y su complejo de ser descendiente de
haitianos a quienes odia (p.38 y 367), su falta de remordimiento ante sus
crímenes como la masacre haitiana (p.215), la muerte de las hermanas Mirabal,
los asesinatos de Galíndez, de José
Almoida y Ramón Marrero Aristy, la represión de la oposición a quienes llama
“ratas, sapos, hienas y serpientes” (p.35 y36).
Aparte de la imagen divina de Trujillo hay otras que Vargas Llosa nos
da. Por supuesto la del título “el Chivo”,
el carácter sexual de Trujillo, su imagen de padrote, por eso es su
dolor ante la impotencia y de todos sus problemas ese es él más que le
preocupa: “Este no era un enemigo que pudiera derrotar como a esos miles que
había derrotado a lo largo de sus años. Vivía dentro de él, sangre de su
sangre. Lo estaba destruyendo ahora que necesitaba más fuerza” (p.26). Otra
imagen más importante es la de seductor, hipnotizador, su mirada que es
imposible de soportar (p. 47 y 106) que sedujo y hechizó a todo el país. Casi
al final de la historia Vargas Llosa nos dice: “poco a poco, la gente iba
perdiendo el miedo, o, más bien, rompiéndose el encantamiento que había tenido
a tantos dominicanos entregados en cuerpo y alma a Trujillo” (p.490). Un
detalle interesante es la visión que se tiene de Trujillo hoy día, la enfermera
del senador Cabral nos dice: “Sería un dictador y lo que digan, pero parece que
entonces se vivía mejor. Todos tenían trabajo y no se cometían tantos
crímenes.” (p. 128). Y como los haitianos volvieron a entrar al país: “ la
ciudad acaso el país entero se llenó de haitianos” (p.15).
Los personajes secundarios nos refuerzan esos
puntos de vista. Así vemos a un senador Henry Chirinos “el Constitucionalista
Beodo” un ejemplo de los burócratas civiles que sobrevivieron al régimen y se
acomodaron al nuevo sistema. Vemos la figura patética del general José René
“Pupo” Román paralizado por la noticia de la muerte de Trujillo e incapaz de
realizar la tarea asignada en la conspiración, dirigir un golpe de estado. Otra
figura patética la ofrece Ramfis Trujillo, el hijo del dictador, incapaz de
seguir los pasos de su padre, pero sangriento y despiadado deseoso de venganza.
La figura siniestra de Johnny Abbes, el
jefe del servicio secreto de la dictadura, está siempre presente. Frío y
calculador, desconfiando de todos, pero con una lealtad absoluta a su amo
Trujillo. Él mismo le dice a su amo: “Yo vivo por usted para usted. Si me
permite yo soy el perro guardián de usted.” (p.95).
Un personaje que adquiere importancia
casi al final de la obra es Balaguer. Es interesante como Vargas Llosa lo
presenta. Primero como lo percibe
Trujillo: “afable y diligente poeta y jurista” (p.284), “falto de ambiciones”
(p.287). Lo trata con respeto: “es el
único de mis colaboradores que nunca he tuteado” (p.288). Se atreve a llevarle
la contraria al dictador (p.304). Para Abbes es una persona digna de
desconfianza (p.99). A la muerte del dictador Balaguer adquiere una presencia
heróica. Lo vemos astuto con su trato a los familiares del dictador y
quitándole la delantera a Johnny Abbes
en la jugada por el poder (p.450, 455). Tomando su rol de presidente legal
(p.453). Valiente enfrentando a Ramfis (p.459) y a los hermanos del dictador
(p.479). Profundamente dolido con la muerte de los conspiradores y los guardias
que se supone los custodiaran (p.479). Y profundamente alegre cuando supo de la
supervivencia de algunos de ellos(p.479). A mi entender esa forma de Vargas
Llosa presentar a Balaguer un tanto valiente y sabio es porque simpatiza con
él. No hay que olvidar que tanto Vargas Llosa como Balaguer son tendencias
centro-derechistas.
Encuentro que Vargas Llosa deja
inconclusos dos temas en su obra. El primero
es que no nos dice como fue que “Cerebrito” Cabral cae en desgracia y si
Chirinos tuvo que ver en eso. Tampoco nos dice quién fue la mano amiga que
evitó que Trujillo viera el memorando sobre la salida de Urania del país
(p.283). Uno se queda con curiosidad
sobre ese tema. El segundo es que no nos explica cómo Trujillo hechiza a todo
el país. Sobre sus orígenes sólo da detalles fugaces y en ese sentido
falla en su intento de entender a la
dictadura.
Miguel Méndez Hernández
Universidad De Puerto Rico
Recinto de Río Piedras
Ejemplo 2:
Ursúa
William Ospina
Ed. Alfaguara
|
Fernando Toledo
Podría leerse como una novela histórica o, acaso, como una exploración
documental o, tal vez, como un ensayo novelado sobre la conquista española. Eso
no tiene la menor relevancia: cada lector se resolverá por el atajo que más le
convenga o, en su defecto, a transitar los diversos caminos que plantea. Los
encasillamientos son detestables. Reducir una pieza de admirable lucidez a la
categoría de novela histórica, o de narración épica, o de relato de aventuras
es, cuando menos, una simplicidad. Desde hace 400 años el Ingenioso Hidalgo
estableció la suficiente enjundia como para validar la diversidad de atisbos.
Lo que importa, a la postre, es la calidad de un libro y la primera novela de
William Ospina, matriz a su vez de una trilogía que contendrá además El país de
la canela y La serpiente sin ojos, cumple a la cabalidad con esa condición y
propone un abanico de lecturas para instituir, a lo largo de más de 450
páginas, la connivencia que debe por fuerza producirse, entre el lector y el
autor, en ese cosmos que llamamos literatura. Buena literatura, desde luego.
Desde los primeros párrafos de la narración de unos acontecimientos,
documentados con pulcritud como se anota al final, Ospina aprehende al leyente
con la eficacia de un ritmo fraguado por la arquitectura del relato. Emplea el
ardid de esgrimir como cronista, en primera persona, con un tono coloquial no
exento de un cierto barroquismo coherente con la época, a un desconocido que
repasa el periplo español y neogranadino del capitán español Pedro de Ursúa,
figura capital en la cimentación de una unidad territorial a pesar de su
arrinconamiento histórico. Las descripciones de los derredores por donde anduvo
el conquistador extienden un tapiz multicolor con tintes de leyenda que le da
una textura peculiar a la narración. En esa cadencia, llena de una poesía que
subraya el ámbito novelesco y que es consubstancial con la condición del autor,
el lenguaje juega un papel predominante. No se trata sólo del uso acertado de
unas palabras sino de la exploración de unos senderos sintácticos que, por la
aparente complejidad, recuerdan la literatura francesa al producir unas frases
ondulantes, con formidable ligazón, que le dan al relato un aire acariciador,
lo que resulta refrescante en un panorama narrativo de cierta escasez.
La exploración de lo aparente, de lo sugerido y la hondura de lo
explícito convierten a Ursúa en un juego de cajas chinas lleno de sortilegio
que, como ocurre con las grandes novelas, no puede encasillarse en un género
definido al aventajar unos compartimentos estancos establecidos con cierta
gratuidad. El trasegar del protagonista, no muy manoseado por la historia no
obstante su alcance y su relación con el entorno, admite, además, una
indagación en la naturaleza humana para conferirle también al discurso la
sutileza de un sondeo sobre la relación de la conquista, y de los
conquistadores, con el origen turbulento y con la desarticulación de una nacionalidad.
No hay duda: todos aquellos interesados en la narrativa, en el ensayo o en la
historia, por fuerza, deberían sumergirse en un texto llamado a trascender.