jueves, 1 de noviembre de 2012

EL ESPAÑOL EN AMÉRICA



EL ESPAÑOL EN AMÉRICA
JESÚS SÁNCHEZ LOBATO
Universidad Complutense de Madrid

INTRODUCCIÓN

Es habitual entre filólogos denominar «español de América» o «español atlántico» a la lengua española que, por razones históricas, geográficas y culturales, se asentó en los territorios americanos de las colonias para diferenciarla, por las causas antes aludidas, del español de la metrópoli antaño, del español peninsular en la actualidad, sobre todo a partir de su independencia de España y de su proclamación como Estados soberanos. La coiné que representa en el momento presente la lengua española como sistema puede ser estudiada y analizada tanto desde la perspectiva diastrática como desde la perspectiva diatópica en ambos mundos, sin que por ello encontremos sistemas de comunicación diferentes. Se trata del mismo sistema de comunicación, en especial, en la manifestación escrita del lenguaje. «(...) Ninguna lengua viva y usada por los hombres permanece inalterada a través de los siglos, ni siquiera de los años. Esencial es al lenguaje para vivir el cambiar; el cambiar es constitutivo de su funcionamiento, como instrumento que es a la vez de comunicación social y de expresión individual»[i].

La lengua española en América es lengua oficial en dieciocho repúblicas independientes (México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay), en Puerto Rico, Estado asociado a Estados Unidos, y, asimismo, la lengua española es vehículo de comunicación entre la minoría de origen hispano en Estados Unidos.

Podemos afirmar que la pujanza del español como sistema de comunicación se halla en el continente americano si atendemos principalmente a su realidad demográfica. En la actualidad, son más de trescientos millones de personas las que se sirven del español en América para cifrar y descifrar el mundo que les ha tocado vivir, para soñar, reír y llorar en el día a día; para amar y morir entre quienes les han visto nacer y crecer. En definitiva, el peso del español en el mundo se ha trasladado del país que lo acunó —España— a los diferentes países americanos que lo eligieron como idioma nacional definitivamente unido al grito de independencia[ii].

La lengua española, en su vasta geografía actual, presenta diversos tonos, diferentes acentos, unos más acentuados que otros —cierto es—, pero todos los hablantes de español —no importa su origen—, absolutamente todos, cantamos la misma canción.

En el mundo de habla hispana las nacionalidades, con sus peculiaridades culturales, sociales e históricas, ofrecen plurales hábitos lingüísticos entre sí, variedad de tonos y de acentos, pero siempre desde la misma melodía. En la sinfonía de lo hispánico tienen cabida múltiples notas. Somos capaces de reconocernos y de comprendernos allá donde nos encontremos. La lengua, y su realidad dialectal, se está equilibrando y regulando: el fenómeno de la urbanización, es decir, el corrimiento migratorio del siglo xx —sobre todo a partir de su segunda mitad— hacia las ciudades de un lado y de otro, el enorme influjo de los poderosos medios de comunicación: prensa, radio y televisión, tamizan matices y expanden usos y modas, tanto sociales, culturales como lingüísticos, a los cuatro vientos.

Conviene, sin embargo, precisar que siempre permanecerán en la pluralidad de nacionalidades que conformamos el mundo hispánico, usos, modismos, neologismos, etc., singulares y peculiares como elementos inherentes y característicos de la forma de ser de nuestros pueblos.


EL ESPAÑOL DE AMÉRICA

El español de América no responde a una uniformidad idiomática, al igual que el español de España, sino que entre los diversos usuarios del idioma podemos reconocer sus diversidades, en primer lugar, nacionales y posteriormente diatópicas y diastráticas. No por ello podemos hablar de una coiné en su conjunto distinta de la que pueda presentar el español peninsular, ya que en la Península coexisten, entre otras, claramente diferenciadas dos subnormas: la castellana y la andaluza.

En la actualidad, y desde el registro estándar, asimilado a la norma de cultura, la lengua que fluye de la pluma de los Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias, Neruda, Borges, Octavio Paz, etc., salvo en el léxico, tratamientos pronominales, no presenta graves disfunciones respecto de la que fluye de la pluma de los Cela, Delibes, Alberti, García Lorca, Blas de Otero, A. Zamora, F. Umbral, etc. El sistema lingüístico del español sirve de cauce de expresión y de comunicación, es plenamente válido para comunicarse, desde la norma culta, tanto a españoles como a hispanoamericanos sin esfuerzo alguno.

La expresión español de América agrupa matices muy diversos: no es igual el habla cubana que la argentina, ni la de un mejicano a la de un chileno... Pero, aunque no exista uniformidad lingüística en Hispanoamérica (debido, sobre todo, al sustrato indígena que los españoles encontraron: quechua, náhuatl, guaraní...), la impresión de comunidad general no está injustificada: sus variedades lingüísticas (aquellas que se separan de la norma culta) tanto desde la perspectiva diastrática (variables socioculturales) como desde la perspectiva diatópica (variantes geográficas y dialectales) son menos discordantes entre sí que los dialectalismos peninsulares, y poseen, por motivos obvios, menor arraigo histórico en Hispanoamérica.

Al hablar del español en América estamos hablando de una lengua de comunicación —como ya se ha señalado— que aglutina a veinte naciones independientes.

«La lengua española sigue siendo el sistema lingüístico de comunicación común a veinte naciones, no obstante las particulares diferencias —léxicas, fonéticas y, en menor grado, morfosintácticas— que esmaltan el uso en unas y otras. Diferencias que se producen entre todos esos países, sin permitirnos establecer dos grandes modalidades bien contrastadas —española y americana—, por cuanto que, además, existe mayor afinidad entre algunas modalidades americanas y españolas que entre ciertas modalidades hispanoamericanas entre sí»[iii].

En el sistema lingüístico que responde a la coiné de español coexisten dos sistemas fonológicos esencialmente que presentan identidad propia y son perfectamente reconocibles allá en donde se encuentren: el denominado castellano y el andaluz.

«Entendemos por español americano una entidad que se puede definir geográfica e históricamente. Es decir, es el conjunto de variedades dialectales del español habladas en América, que comportan una historia común, por tratarse de una lengua trasplantada a partir del proceso de conquista y colonización del territorio americano. Esto no implica desconocer el carácter complejo y variado de este proceso y sus repercusiones lingüísticas, dado que debemos diferenciar las regiones de poblamiento temprano (las Antillas, Panamá y México, por ejemplo) de otras de poblamiento más tardío (Río de la Plata en general y Uruguay en particular); las regiones de poblamiento directo a partir de España, de las de expansión americana, etc.»[iv].

LA BASE DEL ESPAÑOL DE AMÉRICA

Sin entrar a analizar las principales líneas de investigación que rechazan la base lingüística andaluza para el español de América (Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, entre otros), frente a quienes postulan la base andalucista para el español de América (M. L. Wagner, R. M. Pidal, entre otros), aparte de otros postulados equidistantes de ambas, sí conviene, cuando menos, adherirse al pensamiento de G. Salvador al respecto: «(...) El andalucismo del español de América, que yo llamaría con más precisión sevillanismo, me parece incontrovertible en lo que respecta al seseo, que se extiende a todo el español ultramarino y que tiene su origen en esa especie de filtro que representa la norma sevillana para el español trasplantado al Nuevo Mundo y a las Islas en los primeros tiempos de la conquista»[v].
Por obvio, no es menos cierto que el español de América es una lengua extendida por la colonización; y ésta se inició cuando el idioma había consolidado sus caracteres esenciales y se hallaba próximo a la madurez, sin por ello prejuzgar el enorme peso de la norma toledana frente a la andaluza en aquel entonces.
La base de la lengua que los españoles llevaron a América respondía a la manifestación hablada (y escrita) de la que los emigrantes eran portadores de acuerdo con la base social de la que provenían. Por ello, en las zonas de las colonias, aparte del elemento lingüístico indígena, importante sin lugar a dudas, hemos de tener en cuenta para estudiar mejor las áreas lingüísticas el componente socio-cultural de los emigrantes y su legalización geográfica originaria. No es una lengua muerta, sino viva en sus labios y respondía esencialmente a la coiné que ellos practicaban. En palabras de A. Alonso: «La verdadera base fue la nivelación realizada por todos los expedicionarios en sus oleadas sucesivas durante todo el siglo xvi»[vi].
Para el colombiano Rufino José Cuervo (1844-1911), los rasgos definitorios del español de América son el vulgarismo, una notable representación de dialectalismos peninsulares y una marcada tendencia arcaizante.
Asimismo, en palabras de Antonio Garrido Domínguez[vii], también hizo suyo desde postulados lingüísticos el vaticinio político de A. Bello de la posible fragmentación del español, como ya ocurriera en su momento con la lengua latina.
Uno y otro punto de vista de Rufino José Cuervo han constituido el punto de partida —que no de llegada— de dos de los aspectos más polémicos del español en América. Tanto es así que es imposible abordar los orígenes del español en América y el español en el mundo actual sin acudir a los puntos de vista de Rufino José Cuervo, pese a que en el día de hoy tenemos nuevos puntos de vista para terciar en dichas polémicas. Sobre el futuro de la lengua española aún existen voces que insisten en la posible fragmentación si no se utilizan los medios adecuados; en palabras de F. Lázaro: «No existe garantía plena de que el futuro de la lengua esté asegurado y es necesario observar el máximo respeto hacia las normas gramaticales.»




[i] Alonso, A., Estudios lingüísticos. Temas hispanoamericanos, 2.* ed., Gredos, Madrid, 1961.
[ii] El número de hablantes de español, por países, es el siguiente:
Argentina: 31.030.000; Bolivia: 6.611.000; Colombia: 28.231.000; Costa Rica: 2.569.000;
Cuba: 10.246.000; Chile: 12.431.000; Ecuador: 9.577.000; El Salvador: 5.403.000; Guatemala:
6.917.000; Honduras: 4.514.000; México: 79.563.000; Nicaragua: 3.385.000; Panamá: 2.227.254;
Paraguay: 3.531.000; Puerto Rico: 3.300.000; Perú: 20.207.000; República Dominicana: 6.560.000;
Uruguay: 3.035.000; Estados Unidos: 19.500.000; Venezuela: 19.500.000.

[iii] Lope Blanch, Juan Manuel, Estudios de lingüística hispanoamericana, México, 1989, pág. 29.
[iv] Fontanella de Weinberg, María Beatriz, El español de América, Mapire, 1992, pág. 15.

[v] Salvador, Gregorio, «Discordancias dialectales en el español atlántico», en / SILE, Las Palmas
de Gran Canaria, 1981, págs. 3S1-3S9.

[vi] Alonso, A., «La pronunciación americana de la z y c en el siglo xvi», en UH, 1939, 23,
págs. 68-83.

[vii]Garrido Domínguez, Antonio, Los orígenes del español de América, Mapfre, Madrid, 1992,
págs. 14 y 37.


JESÚS SÁNCHEZ LOBATO. El español en América. ASELE. Actas IV (1994). Temas hispanoamericanos, 2.* ed., Gredos, Madrid, 1961. 
Documento electrónico tomado de: cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/asele/pdf/04/04_0553.pdf