lunes, 22 de octubre de 2012

El Cid Campeador. Versión de Pedro Salinas

1. Lea el texto y haga un resumen de la historia que en él se narra:


Versión actualizada de PEDRO SALINAS

El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.
Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando
hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio cómo estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedaban las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Suspira el Cid porque va de pesadumbre cargado.
Y habló, como siempre habla, tan justo y tan mesurado:
«¡Bendito seas Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados.»


Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.
Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.
Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza
«¡Ánimo, Alvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,
pero cargados de honra hemos de volver a ella!»


Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
«¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!»


De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas,
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta que estaba muy bien cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para
«Campeador que en bendita hora ceñiste la espada
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas.»
Esto lo dijo la niña y se volvió hacia su casa.


Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga
las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.
Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga
de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,
las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.
Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada,
en un arenal posó, que nadie le abre su casa.
Del caballo se ha apeado allí en la puerta exterior;
el Cid con todos los suyos con gran dignidad entró,
él iba en medio de todos y los ciento alrededor.
Al ver entrar en la corte al que en buenhora nació,
el rey Alfonso, que estaba sentado, se levantó;
y aquel conde Don Enrique y aquel conde Don Ramón
y los demás de la corte hacen como su señor,
con gran honra recibieron al que en buenhora nació.
No se quiso levantar ese conde de Grañón
ni aquellos otros que formaban el partido de Carrión.
Al Cid el rey Don Alfonso de las manos le cogió:
«Sentaos aquí conmigo, Ruy Díaz Campeador,
aquí en este mismo escaño de que vos me hicisteis don,
aunque a algunos pese, más que nosotros valéis vos.»
Gracias le da muy rendidas el que Valencia ganó:
«Sentaos en vuestro escaño que vos sois rey y señor,
aquí a un lado con los míos deseo quedarme yo.»
Lo que dijo el Cid al rey le place de corazón.
En escaño torneado ya Mío Cid se sentó,
esos ciento que le guardan se ponen alrededor.
Todos los que hay en la corte miran al Campeador,
y aquellas barbas tan luengas cogidas con el cordón;
bien se le ve en la apostura que es cumplido varón.
De vergüenza no podían mirarle los de Carrión.


Apenas han acabado de hablar de aquella cuestión
entraron dos caballeros, toda la corte los vio:
Ojarra, Íñigo Jiménez son los nombres de los dos.
El infante de Navarra al primero le envió,
el otro era un enviado del infante de Aragón.
Besaron las manos al rey de Castilla y de León,
y en nombre de los infantes pídenle al Campeador
sus hijas para ser reinas en Navarra y Aragón,
por esposas las querían, tiénenlo por gran honor.
Cuando acabaron, la corte escuchando se quedó.
Allí entonces se levanta Mío Cid Campeador:
«Merced, merced, rey Alfonso, vos sois mi rey y señor.
Esto que ahora pasa mucho lo agradezco al Creador,
que a mis hijas me las piden de Navarra y de Aragón.
Vos, rey Alfonso, a mis hijas las casasteis, que yo no,
en vuestras manos, oh rey, vuelvo a poner a las dos;
sin vuestro mandato, rey honrado, nada haré yo.»
Se levanta el rey y a todos que se callaran mandó.
«Os ruego, Cid de Vivar, prudente Campeador
que aceptéis el casamiento y quiero otorgarlo yo.
Que queden en estas cortes arregladas ya las dos
bodas, que os han de dar, Mío Cid, tierra y honor.
Levantóse Mío Cid, al rey las manos besó:
«Si a vos os agrada así, yo lo concedo, señor.»
Entonces contesta el rey: «Dios os dé buen galardón.
Ojarra, Íñigo Jiménez, escuchadme bien los dos:
en honrado casamiento ahora os otorgo yo
las hijas de Mío Cid, Doña Elvira y Doña Sol
para aquellos dos infantes de Navarra y Aragón,
que sus mujeres legítimas las hagan con todo honor.»
Allí Ojarra se levanta, la mano del rey besó,
Íñigo Jiménez hace lo mismo y luego los dos
besaron las de Rodrigo Díaz el Campeador.
Ya están hechas las promesas, juramentos dados son
de que todo se ha de hacer cual se ha dicho o aún mejor.
De los que había en la corte mucha gente se alegró,
pero no estaban contentos los infantes de Carrión.
El buen Minaya Alvar Fáñez entonces se levantó:
«Merced yo os pido ahora, como a mi rey y señor.
Y no le pese que hable a Mío Cid Campeador
que en estas cortes a todos he oído decir su razón,
y ahora quisiera decir esta que he pensado yo.»
A eso le contesta el rey: «Pláceme de corazón,
ya podéis hablar, Minaya, lo que os cuadre mejor.»
«A la corte yo la pido que me oiga con atención:
muy gran queja tengo de los infantes de Carrión.
En nombre del rey Alfonso mis dos primas les di yo,
por esposas las tomaron, esposas por bendición,
grandes riquezas les dio Mío Cid Campeador,
ellos las abandonaron, con todo nuestro dolor.
Por malos y por traidores ahora aquí os reto yo.
De la familia de los Vani-Gómez sois los dos,
de ese linaje salieron condes de prez y valor,
mas bien sabemos que hoy de muy malas mañas son.
Muy agradecido estoy a nuestro Dios Creador,
porque piden a mis primas Doña Elvira y Doña Sol
para esposas los infantes de Navarra y Aragón.
Como mujeres legítimas las teníais antes vos,
ahora besaréis las manos, cual señoras, a las dos
y las tendréis que servir mal que os pese el corazón.
Loado sea el rey Alfonso, alabado el Creador,
que así va creciendo en honra Mío Cid Campeador.
¡Qué grandes eran los gozos en Valencia la mayor,
por honrados que quedaron los tres del Campeador!
La barba se acariciaba Don Rodrigo, su señor:
«Gracias al rey de los cielos mis hijas vengadas son,
ya están limpias de la afrenta esas tierras de Carrión.
Casaré, pese a quien pese, ya sin vergüenza a las dos.»
Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y todos tuvieron junta con Alfonso, el de León.
Sus casamientos hicieron Doña Elvira y Doña Sol,
los primeros fueron grandes pero estos son aún mejor,
y a mayor honra se casan que con esos de Carrión.
Ved cómo crece en honores el que en buenhora nació,
que son sus hijas señoras de Navarra y Aragón.
Esos dos reyes de España ya parientes suyos son,
y a todos les toca honra por el Cid Campeador.
Pasó de este mundo el Cid, el que a Valencia ganó:
en días de Pascua ha muerto, Cristo le dé su perdón.
También perdone a nosotros, al justo y al pecador.
Estas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:
en legando a este lugar se ha acabado esta canción.