EL ESPAÑOL EN
AMÉRICA
JESÚS SÁNCHEZ
LOBATO
Universidad
Complutense de Madrid
INTRODUCCIÓN
Es habitual entre filólogos denominar «español de
América» o «español atlántico» a la lengua española que, por razones
históricas, geográficas y culturales, se asentó en los territorios americanos
de las colonias para diferenciarla, por las causas antes aludidas, del español
de la metrópoli antaño, del español peninsular en la actualidad, sobre todo a
partir de su independencia de España y de su proclamación como Estados
soberanos. La coiné que
representa en el momento presente la lengua española como sistema puede ser
estudiada y analizada tanto desde la perspectiva diastrática como desde la perspectiva diatópica en ambos mundos, sin que por ello encontremos sistemas de
comunicación diferentes. Se trata del mismo sistema de comunicación, en
especial, en la manifestación escrita del lenguaje. «(...) Ninguna lengua viva
y usada por los hombres permanece inalterada a través de los siglos, ni
siquiera de los años. Esencial es al lenguaje para vivir el cambiar; el cambiar
es constitutivo de su funcionamiento, como instrumento que es a la vez de
comunicación social y de expresión individual»[i].
La lengua española en América es lengua oficial
en dieciocho repúblicas independientes (México, Guatemala, Honduras, Nicaragua,
El Salvador, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Panamá, Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay), en
Puerto Rico, Estado asociado a Estados Unidos, y, asimismo, la lengua española
es vehículo de comunicación entre la minoría de origen hispano en Estados
Unidos.
Podemos afirmar que la pujanza del español como
sistema de comunicación se halla en el continente americano si atendemos
principalmente a su realidad demográfica. En la actualidad, son más de trescientos
millones de personas las que se sirven del español en América para cifrar y
descifrar el mundo que les ha tocado vivir, para soñar, reír y llorar en el día
a día; para amar y morir entre quienes les han visto nacer y crecer. En
definitiva, el peso del español en el mundo se ha trasladado del país que lo
acunó —España— a los diferentes países americanos que lo eligieron como idioma
nacional definitivamente unido al grito de independencia[ii].
La lengua española, en su vasta geografía actual,
presenta diversos tonos, diferentes acentos, unos más acentuados que otros
—cierto es—, pero todos los hablantes de español —no importa su origen—,
absolutamente todos, cantamos la misma canción.
En el mundo de habla hispana las nacionalidades, con
sus peculiaridades culturales, sociales e históricas, ofrecen plurales hábitos
lingüísticos entre sí, variedad de tonos y de acentos, pero siempre desde la
misma melodía. En la sinfonía de lo hispánico tienen cabida múltiples notas.
Somos capaces de reconocernos y de comprendernos allá donde nos encontremos. La
lengua, y su realidad dialectal, se está equilibrando y regulando: el fenómeno
de la urbanización, es decir, el corrimiento migratorio del siglo xx —sobre
todo a partir de su segunda mitad— hacia las ciudades de un lado y de otro, el
enorme influjo de los poderosos medios de comunicación: prensa, radio y
televisión, tamizan matices y expanden usos y modas, tanto sociales, culturales
como lingüísticos, a los cuatro vientos.
Conviene, sin embargo, precisar que siempre
permanecerán en la pluralidad de nacionalidades que conformamos el mundo
hispánico, usos, modismos, neologismos, etc., singulares y peculiares como
elementos inherentes y característicos de la forma de ser de nuestros pueblos.
EL ESPAÑOL DE AMÉRICA
El español de América no responde a una uniformidad
idiomática, al igual que el español de España, sino que entre los diversos
usuarios del idioma podemos reconocer sus diversidades, en primer lugar, nacionales
y posteriormente diatópicas y diastráticas. No por ello podemos hablar de una coiné
en su conjunto distinta de la que pueda presentar el español peninsular, ya
que en la Península coexisten, entre otras, claramente diferenciadas dos
subnormas: la castellana y la andaluza.
En la actualidad, y desde el registro estándar,
asimilado a la norma de cultura, la lengua que fluye de la pluma de los
Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias, Neruda, Borges,
Octavio Paz, etc., salvo en el léxico, tratamientos pronominales, no presenta
graves disfunciones respecto de la que fluye de la pluma de los Cela, Delibes,
Alberti, García Lorca, Blas de Otero, A. Zamora, F. Umbral, etc. El sistema
lingüístico del español sirve de cauce de expresión y de comunicación, es
plenamente válido para comunicarse, desde la norma culta, tanto a españoles
como a hispanoamericanos sin esfuerzo alguno.
La expresión español de América agrupa matices
muy diversos: no es igual el habla cubana que la argentina, ni la de un
mejicano a la de un chileno... Pero, aunque no exista uniformidad lingüística
en Hispanoamérica (debido, sobre todo, al sustrato indígena que los españoles
encontraron: quechua, náhuatl, guaraní...), la impresión de comunidad general
no está injustificada: sus variedades lingüísticas (aquellas que se separan de
la norma culta) tanto desde la perspectiva diastrática (variables socioculturales)
como desde la perspectiva diatópica (variantes geográficas y dialectales) son
menos discordantes entre sí que los dialectalismos peninsulares, y poseen, por
motivos obvios, menor arraigo histórico en Hispanoamérica.
Al hablar del español en América estamos hablando de
una lengua de comunicación —como ya se ha señalado— que aglutina a veinte
naciones independientes.
«La lengua española sigue siendo el sistema
lingüístico de comunicación común a veinte naciones, no obstante las
particulares diferencias —léxicas, fonéticas y, en menor grado,
morfosintácticas— que esmaltan el uso en unas y otras. Diferencias que se producen
entre todos esos países, sin permitirnos establecer dos grandes modalidades
bien contrastadas —española y americana—, por cuanto que, además, existe mayor
afinidad entre algunas modalidades americanas y españolas que entre ciertas
modalidades hispanoamericanas entre sí»[iii].
En el sistema lingüístico que responde a la coiné de
español coexisten dos sistemas fonológicos esencialmente que presentan
identidad propia y son perfectamente reconocibles allá en donde se encuentren:
el denominado castellano y el andaluz.
«Entendemos por español americano una entidad que se
puede definir geográfica e históricamente. Es decir, es el conjunto de
variedades dialectales del español habladas en América, que comportan una
historia común, por tratarse de una lengua trasplantada a partir del proceso de
conquista y colonización del territorio americano. Esto no implica desconocer
el carácter complejo y variado de este proceso y sus repercusiones
lingüísticas, dado que debemos diferenciar las regiones de poblamiento temprano
(las Antillas, Panamá y México, por ejemplo) de otras de poblamiento más tardío
(Río de la Plata en general y Uruguay en particular); las regiones de
poblamiento directo a partir de España, de las de expansión americana, etc.»[iv].
LA BASE DEL
ESPAÑOL DE AMÉRICA
Sin entrar a analizar las principales líneas de
investigación que rechazan la base lingüística andaluza para el español de
América (Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, entre otros), frente a quienes
postulan la base andalucista para el español de América (M. L. Wagner, R. M.
Pidal, entre otros), aparte de otros postulados equidistantes de ambas, sí
conviene, cuando menos, adherirse al pensamiento de G. Salvador al respecto:
«(...) El andalucismo del español de América, que yo llamaría con más precisión
sevillanismo, me parece incontrovertible en lo que respecta al seseo,
que se extiende a todo el español ultramarino y que tiene su origen en esa
especie de filtro que representa la norma sevillana para el español
trasplantado al Nuevo Mundo y a las Islas en los primeros tiempos de la
conquista»[v].
Por obvio, no es menos cierto que el español de
América es una lengua extendida por la colonización; y ésta se inició cuando el
idioma había consolidado sus caracteres esenciales y se hallaba próximo a la madurez,
sin por ello prejuzgar el enorme peso de la norma toledana frente a la andaluza
en aquel entonces.
La base de la lengua que los españoles llevaron a
América respondía a la manifestación hablada (y escrita) de la que los
emigrantes eran portadores de acuerdo con la base social de la que provenían.
Por ello, en las zonas de las colonias, aparte del elemento lingüístico
indígena, importante sin lugar a dudas, hemos de tener en cuenta para estudiar
mejor las áreas lingüísticas el componente socio-cultural de los emigrantes y
su legalización geográfica originaria. No es una lengua muerta, sino viva en
sus labios y respondía esencialmente a la coiné que ellos practicaban.
En palabras de A. Alonso: «La verdadera base fue la nivelación realizada por
todos los expedicionarios en sus oleadas sucesivas durante todo el siglo xvi»[vi].
Para el colombiano Rufino José Cuervo (1844-1911), los
rasgos definitorios del español de América son el vulgarismo, una notable
representación de dialectalismos peninsulares y una marcada tendencia
arcaizante.
Asimismo, en palabras de Antonio Garrido Domínguez[vii], también hizo suyo desde
postulados lingüísticos el vaticinio político de A. Bello de la posible fragmentación
del español, como ya ocurriera en su momento con la lengua latina.
Uno y otro punto de vista de Rufino José Cuervo han
constituido el punto de partida —que no de llegada— de dos de los aspectos más
polémicos del español en América. Tanto es así que es imposible abordar los
orígenes del español en América y el español en el mundo actual sin acudir a
los puntos de vista de Rufino José Cuervo, pese a que en el día de hoy tenemos
nuevos puntos de vista para terciar en dichas polémicas. Sobre el futuro de la
lengua española aún existen voces que insisten en la posible fragmentación si
no se utilizan los medios adecuados; en palabras de F. Lázaro: «No existe
garantía plena de que el futuro de la lengua esté asegurado y es necesario
observar el máximo respeto hacia las normas gramaticales.»
Argentina: 31.030.000; Bolivia: 6.611.000; Colombia:
28.231.000; Costa Rica: 2.569.000;
Cuba: 10.246.000; Chile: 12.431.000; Ecuador:
9.577.000; El Salvador: 5.403.000; Guatemala:
6.917.000; Honduras: 4.514.000; México: 79.563.000;
Nicaragua: 3.385.000; Panamá: 2.227.254;
Paraguay: 3.531.000; Puerto Rico: 3.300.000; Perú:
20.207.000; República Dominicana: 6.560.000;
de Gran Canaria, 1981, págs. 3S1-3S9.
págs. 68-83.
[vii]Garrido
Domínguez, Antonio, Los orígenes del español de América, Mapfre, Madrid,
1992,
págs. 14 y 37.
Documento electrónico tomado de: cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/asele/pdf/04/04_0553.pdf